miércoles

Ástor Pantaleón Piazzolla

Astor, feliz, en su Mar del Plata natal, ensayando para el concierto


Punta del Este sí, Mar del Plata no…
(Historia de una gran frustracion)

A mediados de 1981, Piazzolla estaba en París, en una época en la que aún no existía el e-mail, pero sí la hermosa costumbre de escribir cartas.
Para ese entonces, vino a visitarme a la Dirección de Cultura de Mar del Plata un joven pintor, Eduardo Martín. Me comentó que en unos días se iba a Francia en viaje de estudios, que tenía la manera de llegar a Astor Piazzolla, y si me interesaba decirle o hacerle llegar algo en particular.
Lo primero que se me ocurrió fue invitarlo para inaugurar en diciembre con su quinteto, la próxima temporada estival, pero como contaba con algo de tiempo, le pedí que viniera a buscar al día siguiente una carta que iba a escribirle inmediatamente.
Comencé entonces la nota con el ofrecimiento de inaugurar la temporada el 5 de diciembre con un concierto en el Teatro Auditorium.
Pero considerando que era una oportunidad única, tenía que hacerle una proposición más trascendente.
En el ambiente musical de la ciudad había un personaje que si bien no había llegado al público masivo en la medida de su enorme calidad, quizás por haberse quedado en su “patria chica” marplatense, el principal balneario argentino contaba con uno de los más importantes pianistas del país: Manuel Rego. Además, en ese entonces, la excelente Orquesta Sinfónica Municipal era dirigida por el maestro Washington Castro. Imaginé entonces a los tres maestros sobre el escenario del Teatro Auditorium: Manolo Rego en piano, Washington Castro con la batuta de la Sinfónica, y Ástor con su bandoneón, interpretando un concierto dedicado a Mar del Plata…
La posibilidad de que se concretara un proyecto de esa magnitud me pareció maravillosa. No era una idea demasiado original, pero sí una propuesta por demás emotiva dado que Ástor seguramente tomaría con sumo agrado la idea de componer una obra musical dedicada a su ciudad natal.
Además contaba un precedente muy cercano: no hacía mucho tiempo atrás, el Centro de Artes y Letras de Punta del Este le había encargado que compusiera lo que finalmente fue la "Suite de Punta del Este” para bandoneón y orquesta de cámara.
Astor era un enamorado de Punta del Este, y el agreste entorno del bosque de Rincón del Indio, en contacto tan directo con la naturaleza, le brindaba el marco ideal para componer y descansar entre gira y gira, alejado del bullicio de las grandes ciudades, del acoso de la prensa, y del trato no siempre amistoso de sus propios compatriotas, muchos de los cuales seguían sin entender la magnitud de la genialidad del bandoneonista y creador rioplatense, encerrados en mediocres polémicas bizantinas acerca de si su música era o no era tango.


Como lo citan María Susana Azzi y Simon Collier en “Astor Piazzolla. Su Vida y Su Música”, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 2002, pág. 346-7, la obra dedicada a Punta del Este se estrenó el 2 de marzo de 1980 en la hermosa e histórica Catedral de San Fernando de Maldonado:
“El público recibió la obra con entusiasmo (gran parte terminó llorando) e insistió en que se repitiera el tercer movimiento. Pronto hubo una segunda presentación en el Teatro Solís de Montevideo, y en Buenos Aires la obra fue estrenada en abril con la Camerata Bariloche.”

Finalmente la carta llegó a manos de Astor, y la respuesta no se hizo esperar. En una emotiva nota manuscrita enviada por correo desde París (y que aún conservo), con un papel que arriba a la derecha tenía un sticker con la leyenda “El Casco” (su casa de Punta del Este), Astor aceptaba de buen gusto ambas propuestas: la de inaugurar la temporada de verano, y la de realizar una obra musical dedicada a Mar del Plata.


La “Suite Punta del Este” le había demandado casi dos meses de intenso trabajo, pero componer un concierto implicaba a su juicio no menos de seis meses dedicados exclusivamente a la tarea, con la consecuente cancelación y/o postergación de presentaciones. Para ello, para vivir sin otro ingreso durante medio año, estableció un valor simbólico: la suma de diez mil dólares.

Otra de las fotos que le tomé ensayando
en la casa del concertista de piano Manuel Rego

Recuerdo lo emocionado que me puse cuando leí su propuesta. Sólo diez mil dólares separaban a los marplatenses de contar con un recuerdo imperecedero que multiplicaría el nombre de Mar del Plata en los escenarios musicales del mundo… Una obra maestra de Astor Piazzolla dedicada a su ciudad natal.
Cuando al día siguiente fui entusiasmado a ver a mi jefe el Secretario de Gobierno, don Teodoro Bronzini (hijo), me encontré con una respuesta tan contundente como impensada. Primero, me retó por haberle propuesto a Astor inaugurar con su quinteto la temporada estival (a pesar de que la cifra era ridícula tratándose de Piazzolla). Y después, el baldazo de agua fría, que me ayudó a entender definitivamente la miopía intelectual del mediocre funcionario: “-La comuna no puede gastar semejante suma de dinero por una obra musical, así sea del mismo Piazzolla”.
Admito que no tuve la iniciativa de salir del ámbito municipal, de convocar a las fuerzas vivas, a empresarios, para recaudar esa suma, porque mi relación con el Secretario de Gobierno distaba de ser óptima, y seguramente un intento de concretar extramuros el conseguir el dinero para que Piazzolla compusiera la obra, hubiera sido tomado por él como una nueva “provocación”. No era la primera vez que me negaba el llevar adelante iniciativas en materia cultural, aún cuando éstas no demandaran mayores erogaciones para el municipio. Tampoco encontré eco en el intendente, Nuncio Luis Frabrizio.
Recuerdo las recriminaciones de quienes conducían el Municipio por haber auspiciado el homenaje de las principales bandas de rock a la memoria de Lennon, a un año de su muerte, en el Parque Camet, en una época donde estaban prohibidas las reuniones. O por haber organizado junto a la directora del Teatro Auditorium, Susana López Merino, un ciclo de música contemporánea argentina, que convocaba a un nutrido público juvenil, en plenos estertores de la dictadura militar.
La primera parte de la propuesta se concretó sin inconvenientes, y en diciembre de mil novecientos ochenta y uno se presentó en un teatro Auditórium colmado, el famoso quinteto Piazzolla, integrado en esa ocasión por Pocho Lapouble y el Negro Lopez Ruiz.

Lecuna y Piazzolla, en el camarín del teatro Auditorium de Mar del Plata
Foto: Pupeto Mastropasqua


"Adiós Nonino" con letra, y el apodo que me puso Astor

La presencia de Ástor era una fiesta para la ciudad, y para sus amigos en particular, que se acercaron de Buenos Aires con una sorpresa: Eladia Blázquez (que años después actuaría junto a Chico Navarro toda una temporada en el Centro Cultural Pueblo Blanco), había escrito la letra de “Adiós Nonino”, una de las composiciones más populares de Piazzolla. El encargado de cantarla fue el negro Raúl Lavié, y el sitio, un teatro montado en el hotel Provincial, el mismo donde brillarían Miguel Ángel Solá y Duilio Marzio y con Eqqus.

Si bien el trabajo de la Blázquez era excelente, y el Negro Lavié la cantó sólo como él podía hacerlo, el tiempo confirmó que “Adiós Nonino” es una pieza sustancialmente instrumental, al punto que hoy en día la letra es poco y nada conocida.

Habíamos hecho los arreglos con el representante de Ástor, Atilio Talín, y dado que habían llegado a Mar del Plata con el tiempo justo, era vital para ellos ensayar, pero no les permitían hacerlo en el Auditórium, porque había otra actividad. Por suerte conseguí que Manolo Rego nos prestara para ensayar un lugar de su propiedad y contiguo a su casa, en el barrio Santa Mónica, cerca del colegio La Unión del Sur, donde funcionaba también la escuela infantil de mis hijos María José y Diego.

Manolo Rego también facilitó los atriles que se necesitaban. Otro requisito para Ástor fue el contar con un cubo de madera de una medida determinada, donde poder apoyar su pie cuando ejecutaba el bandoneón. El otro era el piano, afinado a 221, y el de cola que tenía el Auditórium y pertenecía al Municipio, era excelente.

Presenciar los ensayos en lo de Rego y como único asistente, fue un lujo que nunca olvidaré y sigo disfrutando cada vez que lo recuerdo. La habitación era de escasas dimensiones, por lo que estuve durante todo el ensayo a pocos centímetros de Ástor. Me sorprendió entre otras cosas la impresionante simbiosis entre sus manos y el bandoneón. Desde mi posición veía la mayor parte del tiempo su mano izquierda. Definitivamente cada hueso, cada articulación de esa mano, los pulpejos de los dedos, los tendones, la musculatura, estaban totalmente adaptados a la forma de la botonera y a la ubicación de las notas del doble A. Aislada del bandoneón bien podía parecer una mano deforme. Unida al instrumento, conformaba una unidad, un objeto de culto, carne y madera integrados de una manera extraña y absolutamente perfecta.

Finalmente la presentación de Piazzolla y su Quinteto se pudo concretar, no sin antes superarse un inconveniente de último momento. En el trajín del debut, a minutos de iniciar la actuación y ya ubicados en el escenario, los músicos se percataron de que se habían olvidado los atriles en lo de Manolo Rego. Salí a toda velocidad en su búsqueda, recorriendo con mi auto en el menor tiempo posible un trayecto que afortunadamente conocía de memoria, acostumbrado a llevar y traer a mis pequeños hijos a su escuela. Cuando volví con los atriles a cuestas en tiempo récord, Ástor no lo podía creer. “Desde ahora tenés un nuevo apodo… “cohete” te voy a llamar…”Por fortuna, en nuestros sucesivos encuentros Piazzolla se olvidó de mencionarme con semejante apodo.


Astor en Punta del Este y en el Centro Cultural Pueblo Blanco

Es el día de hoy que me arrepiento haber sido tan dócil con el geronte a cargo de la Secretaría de Gobierno, que se opuso a aportar lo que para el Municipio era un vuelto, y hoy contaría la ciudad con una obra musical de tremenda importancia. Lamentablemente, Mar del Plata por obra y gracia de Teodoro Bronzini (h) no pudo contar con su “Concierto Mar del Plata”, especialmente compuesto por el gran Astor, cosa que sí consiguió Punta del Este, merced a la visión de futuro de gente como los integrantes del Centro de Artes y Letras de Punta del Este.

Años después le recordaría en Pueblo Blanco esta triste anécdota a Ástor, y el me pidió disculpas por no haber concretado el concierto, a lo que le respondí que de ningún modo, la culpa era de aquel secretario de gobierno y el intendente, y en todo caso mía, por no haberme cortado solo para conseguir el dinero, más allá de la negativa de los ineptos y miopes funcionarios.

“Me llamo Pantaleón,
y soy fanático del bandoneón y el tiburón”

Punta del Este tenía un atractivo especial para Astor y su mujer, Laura Escalada. En los ochenta “El Casco” era una casa que estaba prácticamente perdida en el bosque, en el paraje conocido como “El Rincón del Indio”
En ese entonces era un lugar absolutamente tranquilo y acogedor, muy distinto a lo que es ahora, con muchas más casas y muchos menos árboles.
La primera vez que vino a conocer el Centro Cultural Pueblo Blanco, recordamos la anécdota de los atriles y otra que tuvo como protagonista a otro bandoneonista. En la misma época de la presentación del Quinteto en Mar del Plata, con Susana López Merino, Directora del Teatro Auditórium y del Payró, habíamos organizado un ciclo de música contemporánea. Dada su gran magnitud e importancia, en el Auditórium hacíamos las presentaciones de los artistas ya conocidos por el público, mientras que a los no tan conocidos, los hacíamos actuar en el Payró, de dimensiones más reducidas.
Por caso, una vez no logramos reunir entre los integrantes de nuestras familias, a más de siete u ocho personas, para asistir a la presentación de una cantante que sin embargo, cantó con toda la fuerza, como si lo estuviera haciendo para cincuenta mil personas. Después de la actuación de la joven guitarrista, tuvimos que hacer una vaca con Susana López Meriuno, para que la muchacha pudiera pagar el pasaje de regreso a Buenos Aires. ¿Su nombre? Teresa Parodi.

La otra anécdota es la que recordamos con Ástor en Pueblo Blanco. Invité a él y a Laura a la presentación de un joven bandoneonista, que por ser tan desconocido como la muchacha anterior, lo presentamos en el Payró. Esta vez, al público conformado por familiares de Susana y míos invitados “de prepo”, se añadió el matrimonio Piazzolla.

Con las luces iluminando solamente el escenario y con el teatro a oscuras, el intérprete cantó y toco su instrumento con la misma convicción que en su momento lo había hecho Teresa Parodi. Cuando terminó su actuación, y conforme se encendían las luces, el artista pudo ver que había una sola persona del escaso público, de pie, y aplaudiéndolo. Era Piazzolla, que entusiasmado gritaba: “¡Bravo, Dino!”
Cuando Saluzzi se dio cuenta de que era el mismísimo Ástor, quedó inmóvil, como congelado, y con la boca abierta, porque no podía creer lo que estaba viendo…

La primera vez que vino a conocer Pueblo Blanco de Punta del Este, le comenté el concepto del centro, le expliqué que la idea de un ámbito cultural dinámico había surgido de la experiencia del reciclaje de la Villa Victoria de Mar del Plata y de los museos activos que había visto en mis viajes por el extranjero, y que allí alojaba a los principales conferencistas y artistas plásticos que exponían en la galería.

En un momento saqué el tema de su afición a la laboriosa pesca del tiburón, y me contestó con una risueña frase de rima inolvidable: “No podía ser de otro modo… Me llamo Pantaleón, y soy fanático del bandoneón y el tiburón…”
Lo de “fanático” no era mera retórica. En el verano de Punta del Este encontró el lugar ideal para descansar del trajín anula de su trabajo, y de paso, despuntar el “vicio”. Durante una década solía salir a bordo del “Dante AF”, una embarcación generalmente conducida por el marinero Washington “Quito” Albornoz, cuyo capitán era Dante Rinaldi. En la comitiva solía ir el “Rengo” Roldán, y a veces Daniel Rabinovich, el genial integrante de Les Luthiers. Con rigurosa puntualidad, Piazzolla aparecía en el puerto lunes, miércoles y viernes antes de las nueve de la mañana, para zarpar hacia la zona de la Isla de los Lobos, y regresar a eso de las dos de la tarde. Astor fue adquiriendo el domino de la técnica, y llegó a pescar especimenes de más de 110 kilogramos.

Le propuse que alguna vez tendría que venir a dar una conferencia sobre el tiburón, cosa que le gustó, pero evidentemente no insistí demasiado el tema, o no se dio luego la oportunidad para retomarlo.

En otra ocasión, lo invité a un concierto que daría El Trío Corradini Campos, integrado por Pepe Campos y los hermanos Beto y Claudio Corradini, oriundos de San Nicolás, pero en ese entonces afincados en Mar del Plata. Si bien Claudio y Pepe se manejaron con solvencia, cuando Beto Corradini apareció con su guitarra en el escenario al aire libre del centro cultural, y vio sentado en las primeras filas al mismísimo Piazzolla junto a Laura, fue como demasiado. Los nervios, la emoción, le jugaron una mala pasada. Los dedos no le respondían, y tuvo que pedir disculpas y comenzar de nuevo su primera canción. En sus necesarias excusas ante el público, habló de la enorme responsabilidad que sentía al tocar frente al gran Astor. Y fue el mismo Piazzolla quien le dijo que tomara todo con tranquilidad. El Trío pudo reiniciar su concierto en Pueblo Blanco, brindando esta vez su música con la suficiente tranquilidad como para que todos disfrutáramos la velada.

Beto Corradini, su hermano Claudio, y Pepe Campos,
cuando integraban el Trío Corradini Campos
El trío con Piazzolla, en el Centro Cultural Pueblo Blanco, Punta del Este